sábado, 17 de julio de 2010

1-A capitulo

Capitulo 1. Marcada

Poco a poco fui cerrando el diario, había sido mi regalo del amigo invisible, que poco tenía de invisible, si solo éramos tres.
Pasé suavemente mi mano por el contorno de la portada, el suave tacto memoraba al color rojo carmesí del cual estaba forjado. Nunca había escrito un diario, o tal vez si, no podía saberlo, mi memoria se quedó reducida a los primeros días en el puente.
Probablemente, si Brant hubiese leído una mísera parte del contenido del diario, lo hubiese tirado a la chimenea y comprobado que se redujese a cenizas. No soportaba aquella incesante incentiva de contradecir las opiniones públicas en contra de los no muertos, se enfadaría conmigo y comenzaría a reprocharme mi conducta impulsiva, poco después, me miraría con aquellos ojos rojizos, se disculparía por haberme involucrado en algo así, finalmente acabaría con aquella frase << pronto entenderás por que huir y callar es mejor que nada, si es que tienes esa oportunidad>>. Nunca me molesté en entender sus palabras, más bien por que no las daba mucha importancia. Tampoco es que me fuese imposible la idea de reprimirlas en mi mente y acallármelas, pero era demasiado orgullosa, necesitaba defender mis ideales por encima de cualquier cosa.
Inconscientemente, aparté de mi imaginación todas aquellas ideas que se arremolinaban sobre mi cabeza, cuando mi concentración me condujo a otro asunto. Una fotografía vieja y arrugada permanecía enmarcada entre plata y cristal. La ilustración solo mostraba a una niña, sujeta entre los brazos de un hombre, dejando ver en su antebrazo, dos rosas entrecruzadas tatuadas hasta el mas mínimo detalle, la niña, recién nacida, dormía tranquila, supongo que soñando en la vida que la esperaba. Sentí como las comisuras de mis labios se inclinaban, intentando dibujar una sonrisa torpe y triste, nunca sabía que sentir cuando miraba aquella imagen, aunque me abandonasen, no podía reprochárselo, mi oscuro secreto les había apartado de mi y en alguna ocasión, herido a alguien. Un estremecimiento recorrió todo mi cuerpo hasta dejarme sin aliento, la herida, se abría cada vez que lo recordaba, y así sería por siempre.
Me levanté del asiento y me desplomé sobre el colchón, que cedía bajo mi peso. Hacía poco que me había trasladado, pero no había opción de regresar, a Brant le habían ofrecido un puesto de trabajo permanente como profesor de Historia, no podía dejar escapar su gran sueño, así que intenté ocultar mi tristeza como pude. Todo era muy diferente, ya no podía volver a verle dormido sobre su mesa, después de un largo día de trabajo, ni arroparle en el sofá cuando se quedaba estudiando hasta muy tarde, todo aquel esfuerzo tubo su merecido, así que me era imposible decirle que no.
Me había pasado la última semana antes de las clases investigando Las Noches. Era un lugar incalculablemente enorme, disponía de tantos edificios, que incluso necesitaban enumerarlos, todo edificio disponía de un mapa de todo el campus en la puerta y al lado de estas, un número romano en la parte superior de las puertas. Cada uno de ellos se utilizaba para una actividad en concreto como el polideportivo, el salón de actos, la sala de videoconferencias, examinología- si incluso un edificio para hacer exámenes-...
La zona de internamiento disponía de cafetería y comedor en las plantas bajas y siendo obvio, había un edificio femenino y otro masculino.
Suponiendo que vivíamos en el siglo veintiuno, en esta escuela sucedía todo lo contrario, era como vivir mas de un siglo y medio antes , pues ni si quiera disponíamos de corriente eléctrica, exceptuando la sala de ordenadores, que pocas veces se nos permitía utilizar. Nos alumbrábamos con antorchas artificiales, simulaban exactamente al fuego pero a su tacto no quemaban. Era como precaución a la violencia de alguno de los integrantes a intentar asesinar a un compañero.
Echaba de menos a Brant, aquella oscura habitación era siniestra, y la ventana permanecía cerrada por un dispositivo, que cuando detectaba el mas mínimo ápice de luz, se cerraba impidiendo su entrada. Aquello era simplemente por la maldita ley de la hora acabada, supuestamente era para la mejor convivencia entre humanos y vampiros.
Brant es diferente a cualquier especie de vampiro, sabía lo que era, pero no me dejó abandonada bajo el frío del invierno, ni me obligó a hacer nada que no quisiese, me había tratado como a su propia hija, castigándome cuando le pareciese oportuno y alabándome cuando la ocasión lo merecía.

Era invierno y me estaba congelando de frío en la intemperie, no sabía ni como ni porqué estaba allí, una cadena se aferraba a mi tobillo de forma sobrecogedora, impidiéndome la vuelta a casa. Mi único abrigo y refugio constituía de una manta fina azulada que a duras penas me cubría la espalda, mis manos permanecían inmóviles, había perdido cualquier contacto con ellas, casi me era imposible realizar cualquier movimiento. La noche se alzaba sobre el cielo, y hacía mucho más frío que por el día. Tenía miedo, no sabía que hacer, me aproximé poco a poco a la columna de hierro a la que había sido encadenada, por lo menos podría apoyarme y descansar un rato. Me puse a contar las estrellas en un intento vano de olvidar todo lo que me estaba sucediendo, llorar, era lo único que podía hacer, después de concienciarme que había olvidado todo de mi memoria y tras el dolor, el cansancio se apoderó de mi. A la mañana siguiente me desperté sin manta ni zapatos, notaba como mis pies perdían la sensibilidad y se emblanquecían. Pasaron las horas, cada una mas eterna que la anterior, creí que me iba a morir allí mismo, no sentía ninguna zona de mi cuerpo, ni siquiera el frío, aunque era diferente a los demás humanos, el día me debilitaba por completo, y mis fuerzas decaían con rapidez. Una sombra de una silueta se posó frente a mi, el cielo me llamaba, un ángel había bajado en mi búsqueda, era hora de decir adiós, cerré los ojos y me dejé llevar.
Cuando desperté, sentí como si todo aquello hubiese sido una horrible pesadilla, bajo mi cuerpo notaba las caricias de las sábanas y la suavidad del colchón, me sumergí bajo la manta cubriéndome el rostro y acariciándomelo con ella, aquel tacto era suficiente para mi, había sido una pesadilla muy vívida y real, pero ya había pasado todo. No quise abrir los ojos, no quería que aquello fuese una simple imaginación que había creado mi mente por la influencia de el frío de las calles, y si así fuese, tampoco quería despertar, me encontraba demasiado bien como para dejarlo en un simple sueño.
Cuando volvía a despertarme fue a causa del tacto de una mano suave y gélida que se había posado sobre mi frente, era grande y ancha, podría cubrirme toda la cara si se lo propusiese, a punto estuve de recaer de nuevo en el sueño, cuando una pequeña chispa de luz me vino a la cabeza, abrí los ojos de par en par y una figura se realzó de la nada, era un hombre desconocido el que me había tocado, pero al ver su rostro con claridad, me di cuenta que no podía ser un hombre, su tacto era gélido y su piel era de un blanco marfileño, pero el miedo acaparó mi mente cuando sus ojos, oscuros como la noche, teñidos del color de la sangre, se posaron sobre mi, retrocedí con tal rapidez que no reparé en el borde de la cama, desplegué mi brazo en busca de sujeción, cerré los ojos con fuerza esperando el choque de mi cuerpo contra el suelo, un golpe que nunca llegó, entreabrí un poco los ojos, pero por miedo, volví a cerrarlos, una fuerza que me envolvía me hizo intentarlo una vez más, fijé mi mirada en los brazos que se ceñían sobre mi y guiándome como si fuese un camino, seguí subiendo por sus hombros hasta toparme a unos escasos centímetros de su rostro, aquellos ojos, que hace unos instantes me atemorizaron, se mostraban dulces y compasivos, todo el temor de hace unos segundos desapareció. Sus labios comenzaron a moverse, su voz era un timbre que llamaba a las campanas y hacía envidiar a los ruiseñores, escuchaba su voz pero no lo que daba a entender. Zarandeó mi cuerpo un par de veces y esta vez si presté atención en sus palabras.
-¿Estas bien? ¿Sabes quien eres? ¿Puedes recordar algo?- me preguntó ansioso.

Me concentré en las horas, minutos o el tiempo transcurrido desde mi desmayo, una sucesión de imágenes revolotearon por mi mente, todas ellas entendidas con las del puente, de pronto, choqué contra un muro, una laguna que me impedía cruzar a la otra parte de el rió, no podía recordar nada, todo se había desvanecido. Aquello dio paso a un dolor punzante, mi corazón se comprimía ante aquel sentimiento de soledad y de vacío, un suave líquido recorrió la base interior de mis ojos rozándolos y provocando su desprendimiento, intenté retenerlas, pero demostraron su ansia de salir y expresar el miedo y la pérdida, derramándose una a una trazando un camino por la suave piel de mis mejillas sonrosadas, sentí el peso de aquella situación. Aparté de mi su rostro y su mirada, anhelando el silencio y la soledad, quería estar sola, llorar y utilizar hasta la ultima gota que me quedase viva en mi interior, sentía vergüenza de mi misma, me sentía débil, cualquiera que se lo hubiese propuesto, abría arremetido contra mi y no hubiese encontrado ningún signo de lucha por mi parte, no por que no quisiese, si no por que no tenía la suficiente fuerza ni para pronunciar una mísera palabra, tal vez se cansaría de verme así y me soltaría, dejándome llorar en un rincón como tanto ansiaba, tal y como la niña indefensa y estúpida que era, me sobresalté cuando me sujetó entre sus manos y me acercó a el con la suavidad de un padre preocupado aferrándome con fuerza a su pecho, después me rodeó entre sus brazos como un nido, un lugar donde sentirse protegido, un cúmulo de lágrimas acudieron de nuevo a mi hinchados y rojizos ojos, de imprevisto un grito emergió de mi garganta, un llanto que albergaba la esperanza de echar todos los males que se apoderaban en mi, un signo de rabia y de despojo hacia el dolor. Alargué mi brazos y le aferré con fuerza, temía que si le soltaba desapareciese como mis recuerdos, o que simplemente todo fuese un simple sueño. Posó una de sus manos sobre mi cabeza y me acarició el pelo una y otra vez de forma tranquilizadora, así fue, como una llama de paz se apoderó de mi, el odio, la tristeza, el dolor habían desaparecido.
Mi segunda vida comenzó junto a él, y aunque su tiempo se había congelado a los veinte años de edad, en realidad estaba punto de cumplir el siglo de vida.
De pronto un ruido proveniente de la puerta empezó a sonsacarme de los nervios, incluso el sonido de una tiza rozando con fuerza una pizarra era mas alentador que aquel. Abrí la puerta completamente desquiciada y ante mi, un figurita se realzaba de entre las sombras, me quedé un buen rato mirándole sin decir nada, y aún sin palabras, la expresión de sus ojos lucía una risa burlona que me fastidiaba. Se deslizó bajo mis piernas como un niño travieso, rozándolas con caricias suaves a modo de disculpa, claramente en forma de indirecta. Siempre había sido un orgulloso y pocas veces, le oías pronunciar las palabras mágicas, y si le daba por pedir perdón, rehusaba de cualquier expresión oral para hacerlo, así que no me quedó mas remedio que conformarme.

3 comentarios:

  1. ¡Está muy bien Sandra!
    Pásate por mi blog, soy Andrea. :)
    Te sigo, un beso.

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  2. Esta muy bn pon la continuacion¡¡
    xD
    y pasate x el mio
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  3. Por lo que he leído no parece que ella sea una simple humana.
    ¿Las dos rosas son la marca de la que hablaste en la parte anterior? Sí es así es muy original la idea de las rosas.
    También me gustó cuando hablaste de la unión que producía dicha marca ^ ^
    ¡Seguiré leyendo!

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